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domingo, 19 de octubre de 2014

JESUS, HIJO DE ISIS Compañero de la Dama Escarlata


JESUS, HIJO DE ISIS
Compañero de la Dama Escarlata



* UNA PUBLICACION PLENA PARA LEER MUCHO ENTRE LINEAS.



Como hemos visto, la crítica histórica moderna ha ofrecido en cuanto a los orígenes del cristianismo un gran número de nuevos descubrimientos que deberían incitar a pensar. Y sin embargo, aumenta cada vez más el abismo entre lo que saben de la religión los eruditos bíblicos y el grado general de información entre cristianos. Burton L. Mack, profesor de estudios neotestamentarios en la Facultad de Teología de Claremont, California, lamentaba recientemente «la espantosa carencia de conocimientos básicos sobre la formación del Nuevo Testamento entre los cristianos corrientes».

No fue sino en el siglo XIX cuando principió el análisis del Nuevo Testamento dando lugar a las escuelas críticas que hoy conocemos; esa misma circunstancia refleja el temor reverencial, casi supersticioso, hacia esos textos que durante siglos estuvo prohibido no ya poner en duda, sino ni siquiera leer. Únicamente los clérigos podían conocer las Escrituras, aparte ser casi los únicos que sabían leer y escribir. La aparición del protestantismo superó parcialmente tal exclusión y pudieron acceder más personas a la lectura de aquellos textos que tenían por sagrados.

Sin embargo el movimiento protestante en todas sus formas rigurosas — desde los puritanos de antaño hasta lo que hoy llamamos fundamentalismo— hace mucho hincapié en que las palabras del Nuevo Testamento son de inspiración divina, motivo por el cual prohíbe hasta la mera sugerencia de que pudieran no ser la verdad literal. Entre los unos y los otros, a estas fechas millones de cristianos ignoran lo evidente, que el Nuevo Testamento es una mezcla de leyenda, falsificación, testimonios confusos de testigos presenciales y materiales tomados de otras tradiciones. Pero al negar esa evidencia no sólo se equivocan sino que defienden frente a la crítica un sistema cada vez más frágil y mucho de esto tiene que ver la lucha entre Templarios y el papado. 
Desde los primeros años de la creación de la Orden del Temple a su vuelta de Jerusalem tras excavar 9 años en el Templo de Salomon y de ahí su nombre "Pobres Caballeros de Cristo Y DEL Templo de Salomon y no como comúnmente se dice, "Pobres Caballeros de Cristo DEL Templo de Salomon, (gramática que radica una gran diferencia conceptual e iniciatica), pues al volver a Europa tras esos 9 años, la Orden del Temple dejo de servir a Roma y marcar su propia agenda secreta a través del Templi Secretum o Temple Secreto que era y es una estructura superior a la propia Orden, incluso superior a los Maestres y Gran Maestres públicos, incluido el propio Jacs De Malay, que siendo el "Gran Maestre", recibe una orden de volver a Francia firmada por el "Templi Secretum" (Documento que se encuentra en la biblioteca nacional de Francia y es de vista publica, bajo pedido para estudio). 

Cuando los estudiosos del siglo XIX empezaron a aplicar los mismos criterios que rutinariamente se utilizaban para el análisis de otros textos históricos, se produjeron consecuencias sumamente reveladoras. Una de las primeras tendencias que aparecieron fue la de negar que Jesús hubiese existido en realidad, entendiendo que los evangelios consistían simplemente en una recopilación de materiales mitológicos y metafóricos. Hoy día pocos especialistas mantienen dicha postura, aunque ello no quita que todavía tenga sus partidarios. Los argumentos en favor de la historicidad de Jesús son bastante fuertes, pero todavía resulta instructivo considerar el razonamiento de quienes postularon lo contrario, y que Jesús fue una figura inventada por los primeros cristianos.

Los de esa opinión dicen que fuera de los propios evangelios ninguna prueba independiente corrobora la existencia de Jesús. (Hecho que suele sorprender a muchos cristianos, convencidos de que un personaje tan central para el mundo de ellos debió de ser también famoso en su época; pero en realidad no se le cita ningún texto contemporáneo.) Los demás libros del Nuevo Testamente, por ejemplo las cartas de Pablo, dan por supuesta la existencia de Jesús pero no contienen ninguna prueba consistente.

En efecto, las epístolas de Pablo, que son los documentos cristianos más antiguos que se conocen, no dan ningún detalle biográfico de Jesús aparte el hecho de la Crucifixión: ni una palabra sobre sus progenitores, su nacimiento ni las demás circunstancias de su vida. Ocurre que a Pablo, lo mismo que a los demás autores neotestamentarios, les importaba por encima de todo la teología. Cuando se ponen a escribir no se proponen tanto una biografía del fundador como preservar el movimiento de Jesús y explicar sus enseñanzas.

Esta ausencia de menciones contemporáneas acerca de Jesús preocupó a muchos historiadores del siglo XIX. Como hemos dicho, no le menciona ningún cronista del siglo I, y tal como ha escrito Bamber Gascoigne,
«de lo que se escribiese durante los primeros cincuenta años de lo que hoy llamamos la era cristiana, ni una sola palabra acerca de Cristo o de sus seguidores ha llegado hasta nosotros».
El historiador romano Tácito (en sus Anales, h. 115 d.C.) menciona el crecimiento de la cristiandad —a la que llama «superstición peligrosa»— tanto en Jerusalén como en Roma, y se refiere de pasada a la ejecución del fundador, aunque sin dar detalles y aludiéndole simplemente por el título de «Cristo».

En su Vidas de los Césares (hacia 120 d.C.), Suetonio recuerda una agitación del año 49 entre los judíos de Roma, instigada por un tal «Chrestus». Esto se cita con frecuencia como prueba de que hubo muy pronto una sucursal romana del cristianismo, pero no lo demuestra concluyentemente. En la época hubo entre los judíos muchos sedicentes mesías, todos los cuales podían denominarse «Cristos» hablando en griego; Suetonio se expresa como si el individuo mencionado por él hubiese predicado la rebelión a los judíos de Roma, en la época, de manera activa y personal.

Otro notable romano que se ocupó de los cristianos en los primeros años del siglo I fue Plinio el Joven, pero no proporciona ninguna información acerca de ellos más allá de decir que su movimiento fue fundado por «Cristo». Hay un detalle interesante en esa cita, sin embargo, y es la indicación de que ese tal Cristo estaba ya considerado como un dios.

Ésos fueron autores romanos, y puesto que Palestina era, como si dijéramos, uno de los patios traseros de su Imperio, no es de extrañar que apenas hicieran ningún caso de Jesús ni de los primeros tiempos de la Iglesia cristiana.

(Además en aquel entonces no era costumbre dar publicidad a los rebeldes y a los delincuentes como hacemos nosotros en nuestra incesante búsqueda de famosos. Ni siquiera la rebelión del ex esclavo Espartaco mereció mucho espacio en las crónicas.)

Sin embargo cabría imaginar que se hallase alguna mención sobre la vida y ministerio de Jesús en las obras de Flavio Josefo (38-100 aprox.), un judío que durante la insurrección de sus compatriotas se pasó al bando contrario y escribió dos libros historiando los acontecimientos del período.

En sus Antigüedades judías (escrito hacia 93 d.C.) menciona, en efecto, a algunos personajes de los que conocemos por el relato evangélico, por ejemplo a Juan el Bautista y Poncio Pilato. Hay una alusión a Jesús, pero por desgracia se demostró hace tiempo que ésta era una interpolación añadida a la obra de Josefo por un autor cristiano muy posterior, probablemente del siglo IV... y con la obvia intención de remediar la molesta omisión.

Sucede que el comentario añadido sobre Jesús es demasiado encomiástico, a tal punto que los comentaristas se han preguntado cómo es que Josefo no se hizo cristiano, si era tan ferviente partidario de aquél. Aunque la verdadera cuestión es otra: si el añadido venía a suplir una mención que nunca existió, o si sustituía a un comentario existente pero bastante menos halagador para Jesús y su movimiento. Hoy no podemos saberlo, aunque el peso de la prueba favorece la idea de que fue un invento de principio a fin; el pasaje ni siquiera tiene el estilo de Josefo y además queda inoportuno en la narración.

También es curioso que Orígenes, un autor cristiano de finales del siglo III, ignorase esa alusión a Jesús en la obra de Josefo.7 (Aunque sí la tiene en cuenta y la cita Eusebio, que escribió en el siglo siguiente.) En cambio, lo que dice Josefo sobre la predicación de Juan Bautista y su ejecución ordenada por Herodes Antipas no se discute.

Por supuesto la ausencia de comentarios contemporáneos acerca de Jesús fuera de los evangelios no significa que él no hubiese existido. Tal vez deberíamos entender que no tuvo resonancia suficiente en su época y circunstancia. Al fin y al cabo, hubo por aquel entonces otros muchos mesías a quienes nadie salvo algunos especialistas recuerda.

Subsiste además un problema: si el personaje no existió, ¿qué motivos tendrían para inventarlo, y por qué lo creyeron tantas personas como para asegurar la rápida propagación de esa nueva religión? Como ha señalado Geoffrey Ashe, el concepto de personaje novelesco que hoy día tenemos tan asumido, porque forma parte de nuestra cultura, no era familiar para los autores de la Antigüedad. Incluso cuando escribían lo que era, en esencia una novela, siempre la basaban en un personaje real, como sucedió con Alejandro Magno. Esa razón es suficiente para considerar muy improbable que Jesús haya sido una figura totalmente inventada... y si lo que pasaba era que existía mucha demanda cultural o espiritual de un «Dios que muere», tenían muchos para escoger, como ya hemos comentado. No hacía falta imaginar otro más.

También importa tener en cuenta que los evangelistas situaron a Jesús en un contexto de personajes históricos de probada existencia, como Juan el Bautista y Poncio Pilato. Es también un argumento a favor de su realidad, y además, ni uno solo de los primeros adversarios que tuvo el cristianismo primitivo puso en duda la existencia de su fundador, como no habrían dejado de hacer si la cuestión hubiese sido discutible.

Por otra parte, el retrato que tenemos de Jesús a través de aquéllos indica que fue un hombre que existió. Ningún autor se habría tomado la molestia de crear un mesías ficticio y pintarlo al mismo tiempo tan ambiguo, tan reticente en cuanto a su misión, ni habría introducido tantas frases y alusiones ininteligibles en las supuestas enseñanzas. La ambigüedad, las contradicciones obvias, los giros a veces incomprensibles, dan a entender que los evangelios recogen, aunque tal vez con un cierto desorden, los hechos y dichos de un personaje históricamente real.

Algunos escépticos han tomado la ausencia de detalles biográficos acerca de Jesús en las cartas de Pablo como prueba de que Cristo no existió. Sin embargo nadie ha dicho que el mismo Pablo fuese un personaje inventado, y desde luego conoció a gentes que habían tratado personalmente con Jesús. Por ejemplo, no sólo conoció a Pedro sino que se peleó con él (y ese comportamiento nada correcto es la mejor prueba de que existieron de verdad, un autor de la época no habría sacado con tantos defectos a sus héroes). Parece probable, pues, que Jesús existió, aunque desde luego eso no implica forzosamente que sea la pura verdad todo lo que dicen los evangelios.

Los eruditos de finales del siglo XIX tenían otro motivo para dudar de la existencia de Jesús. Conforme aumentaban los conocimientos históricos y el Nuevo Testamento iba siendo sometido a análisis crítico, llamaban la atención los sorprendentes paralelismos entre el Jesús de dichos relatos y otros personajes mitológicos famosos, en particular los antiguos dioses que morían y resucitaban en el Próximo Oriente, y cuyos cultos mistéricos, si bien florecieron más o menos al mismo tiempo que el cristianismo, eran bastante anteriores a éste.

Uno de los más eruditos y persuasivos exponentes de este argumento ha sido J. M. Robertson en su Pagan Christs, publicado en 1903. En el prólogo a una reciente edición abreviada, Hector Hawton resume la postura en forma de interrogante:
[...] nadie ha pretendido en serio que Adonis, Attis y Osiris fuesen personajes históricos [...] ¿por qué se hace una excepción, entonces, con el supuesto fundador del cristianismo?
Estos paralelismos se relacionan con el cristianismo por dos vías. La primera, el relato de acontecimientos de la vida de Jesús como su muerte y Resurrección, o la institución de la eucaristía en la Última Cena; la segunda, el significado que atribuyeron a esos mismos hechos los primeros cristianos. Un cuadro comparativo de los puntos principales de semejanza que exponen Robertson y otros notables comentaristas destaca que muchos de los pasajes más sagrados de la peripecia de Jesús son idénticos a los de otras religiones antiguas.

Dice Robertson:
Lo mismo que Cristo, y como Adonis y Attis, también Osiris y Dioniso sufren y resucitan. Llegar a hacerse unos con ellos es la pasión mística de sus adoradores. Todos se asemejan en el sentido de que sus misterios confieren la inmortalidad. Del mitraísmo toma Cristo las llaves simbólicas del cielo, y asume la función del Saoshayant, el nacido de una virgen y destructor del Malvado [...].

En lo fundamental, por tanto, el cristianismo no es más que un paganismo reformado. El mito cristiano prosperó absorbiendo detalles de los cultos paganos como la imagen del niño-dios en el culto de Dioniso, lo representan en pañales, puesto en un pesebre. Nació en un establo como Horus en el templo-establo de la diosa virgen Isis, reina de los cielos.

Nuevamente como Dioniso, convierte el agua en vino; como Esculapio, resucita a los muertos y devueIve la vista a los ciegos; como Attis y Adonis, es llorado y celebrado por mujeres. Su resurrección, como la de Mitra, se produce a partir de una sepultura excavada en la piedra [...].13 [la cursiva es nuestra] No hay una sola concepción asociada a Cristo que no fuese común a algunos o a todos los Salvadores de los cultos antiguos.
Si juzgamos asombroso que las cuestiones planteadas por Robertson y otros tuviesen tan poca repercusión en su época, todavía lo es más que sigan siendo en gran parte desconocidas hoy día. Una opinión más reciente sobre el asunto es la de Burnton L. Mack, quien escribía en 1994:
Los estudios han demostrado, uno tras otro, que el cristianismo no era una religión única, sino que estuvo «influido» por los cultos de la Antigüedad tardía [...] era inquietante el descubrimiento de que el primitivo cristianismo presentase un notable parecido con los cultos mistéricos del helenismo, sobre todo en los puntos que más importaban, a saber, seis mitos de dioses que mueren y resucitan, y los rituales del bautismo y el ágape sagrado.
Hugh Schonfield dice en The Passover Plot:
A los cristianos siguen inquietándoles las contradicciones en la doctrina de la Iglesia procedentes del desacertado empeño por conciliar ideales paganos y, judíos que eran incompatibles.
Robertson y otros juzgaron que no podía achacarse a la casualidad que tantos elementos de estos cultos a los dioses que mueren volviesen a presentarse en el relato de la vida de Jesús. De ahí su conclusión de que los evangelistas habían tomado los elementos clave de otros avatares como Osiris, Attis y los demás, para atribuírselos a un héroe «oriundo», Jesús... que nunca existió.

En época reciente, dicha idea ha sido renovada por Ahmed Osman en House of the Messiah, cuando expone la teoría de que los relatos evangélicos se limitaron a recoger una representación mistérica que se celebraba desde muchos siglos antes en el Antiguo Egipto. Como sus predecesores, Osman funda la argumentación en los chocantes paralelismos entre el mito de Jesús y los de la religión de los antiguos egipcios, y pone en duda la existencia histórica de Jesús.

Pero ¿qué interés tendría nadie en robar los autos sacramentales de una tradición ajena e introducirles algunos protagonistas reales, como Juan el Bautista? Osman cree que el relato de los evangelios fue una invención de los seguidores de Juan el Bautista. Según esa tesis, inventaron a Jesús para que se realizasen las profecías de su maestro en cuanto al que iba a venir después de él, y en vista de que la venida anunciada brillaba por su ausencia.

Pero esto es iniplausible por varias razones: no es de creer que los seguidores de Juan quisieran fabricar una historia en la que su amado maestro quedase relegado a un lugar tan marginal, es decir, reducido a preparar el escenario para la glorificación de otro. Y como luego veremos, tampoco está demostrado que Juan hiciese nunca esa famosa profecía de que después de él iba a venir otro más grande.

Según Osman, nadie pudo saber que Jesús venía con la misión de Redentor antes de que él muriese, así que no debió de tener un seguimiento muy numeroso en vida. Con esto es evidente que Osman cree que los judíos esperaban a un Mesías predestinado a morir por ellos. Pero no es así, sencillamente. Los judíos nunca creyeron que su rey y héroe iba a ser sacrificado o humillado como luego resultó, y además toda esa idea de la muerte redentora es una interpretación cristiana posterior.

Pocos estudiosos actuales, como decíamos, dudan de la existencia de Jesús, pero crean en ella o no casi todos tienen sus dificultades con las evidentes semejanzas entre las escuelas mistéricas y ciertas referencias de los evangelios. Ante la imposibilidad de conciliarlas con el material más manifiestamente judío, tienden a rechazar las alusiones paganas. Dicen que son añadidos de la época en que los primeros cristianos entraron en contacto con el mundo pagano, especialmente como resultado de los viajes de Pablo. La opinión más común es que la Iglesia de Jerusalén, dirigida por Santiago el Justo, el hermano de Jesús, permaneció más fiel a la forma «pura» y originaria del cristianismo.

Por desgracia y debido a un capricho de la Historia, la Iglesia de Santiago fue exterminada durante la insurrección de los judíos. Sobre cuáles fueron sus creencias, apenas si podemos aventurar algunas especulaciones. Sabemos, sin embargo, que no dejaron de frecuentar la sinagoga, conque sería razonable suponer que sus creencias seguían basadas en las prácticas del judaísmo. Pero después de la caída de la Iglesia de Jerusalén todo quedó a favor de los de Pablo. A primera vista tenemos así una solución elegante al problema de por qué sobrevive tanto material de las escuelas mistéricas en los evangelios que conocemos.

Podría darse otra explicación, sin embargo, volviendo del revés el argumento. ¿Qué pasaría si el cristianismo según Pablo hubiese sido el más fiel a las enseñanzas de Jesús, y la Iglesia de Jerusalén quien las interpretó equivocadamente? Los hermanos no siempre se entienden bien, y sabemos que había una notable frialdad entre Jesús y su familia. Por tanto, no hay razón para suponer que el cristianismo de Santiago estuviese más próximo a las enseñanzas originarias de Jesús que el de Pablo.

Las opiniones admitidas sobre la evolución del primitivo cristianismo no explican por qué Pablo, que era judío, consideró necesario predicar una forma paganizada de la incipiente religión. Su famosa conversión en el camino de Damasco debió de suceder probablemente dentro de los cinco años posteriores a la Crucifixión, como más tarde. Y él, que había sido gran perseguidor de cristianos, sin duda tenía una idea bastante exacta de las razones por las cuales los perseguía.

Nuestros descubrimientos sobre la identidad de la Magdalena como iniciadora de una escuela mistérica conllevan la implicación de que Jesús también era un iniciado: tal vez le inició ella misma o al revea. Pero ¿cómo pudo estar tan metido en un culto pagano, si todo el mundo sabe que era judío?
Y aqui una vez mas, los Templarios tiene mucho para decir aunque no lo dijeron directamente, sino a través de sus obras arquitectónicas por todo el continente conocido para su época y tal vez en America también antes de Colon.

Pero ya hemos descubierto que no hay que dar nada por supuesto en esta historia. Nos pareció que merecería la pena una puesta en duda radical de las preconcepciones sobre los orígenes religiosos de Jesús. Como dice con ironía Morton Smith en su Jesus the Magician (que en seguida pasaremos a comentar con más detalle):
Claro que Jesús era judío, lo mismo que todos sus discípulos... es de suponer. La suposición no es cierta.
Para empezar conviene que nos preguntemos cómo «sabemos» todas esas cosas acerca de Jesús. La visión académica establecida en cuanto a Jesús que discutíamos antes se funda en dos suposiciones que tratan de dilucidar la evidente contradicción entre los elementos judíos de su peripecia y los paganos.

La primera es que Jesús era judío, aunque todavía nos falte discutir a qué secta pertenecía. La segunda, como decíamos, que los aspectos manifiestamente paganos y mistéricos de los relatos evangélicos son resultado de elucubraciones añadidas luego. El argumento reza que conforme la cristiandad fue extendiéndose entre las comunidades no judías del Imperio romano, algunos iban advirtiendo esas afinidades con los misterios y poco a poco fueron desarrollando el tema, sobre todo por cuanto les resultaba útil para explicar el escandaloso fracaso de Jesús en lo de cumplir como Mesías de los judíos.

Fue una gran sorpresa para nosotros el darnos cuenta de que éstas eran unas hipótesis nada más, no unos hechos demostrados. Ni la primera ni la segunda proposición se fundan en pruebas de la calidad que suelen exigir normalmente los historiadores. No hay nada que demuestre que los elementos paganos fuesen introducidos por Pablo. Aunque pudo ser alguno de sus compañeros de misión, naturalmente; al fin y al cabo la difusión del cristianismo no sería mérito exclusivo de Pablo, pese al éxito que ha tenido con su auto-propaganda. Cuando llegó a Roma, por ejemplo, se enteró de que ya había cristianos allí.

Se diría que incluso en nuestro escéptico siglo XX la aceptación tácita del relato cristiano se halla tan arraigada, que ni siquiera el espíritu crítico que teníamos por patrimonio de los académicos les sirve para darse cuenta de sus propias preconcepciones. Por ejemplo A. N. Wilson, comentarista por lo general agudo y analítico, escribió estas dos frases seguidas sin darse cuenta, como es obvio, de que la una contradice a la otra:
[...] antes de empezar [a tratar de responder a los interrogantes sobre el Jesús histórico] es necesario vaciar la mente y no dar nada por supuesto. El centro de las enseñanzas de Jesús fue su fe en Dios, y su fe en el judaísmo.
Nosotros decidimos poner en tela de juicio esos supuestos precisamente, a ver qué pasaba.

La versión habitual en cuanto a la formación del cristianismo primitivo descansa en la premisa básica de que Jesús era de la religión judaica; esto implica que los demás aspectos de los relatos evangélicos, que habrían llamado la atención de cualquiera, quedaban automáticamente descartados. Decidimos examinar con más detenimiento el supuesto judaísmo de Jesús —lo cual implica, obviamente, un trasfondo étnico y otro religioso— y la duda no tardó en saltar.

Por supuesto mientras nos disponíamos a considerar este punto de vista no dejó de palpitarnos un poco el corazón. Al fin y al cabo, nos disponíamos a tomar las armas frente a más de un siglo de estudios eruditos del Nuevo Testamento. Con no poco alivio, por tanto, nos enteramos de que la tendencia más reciente de dichos estudios consiste en plantearse, justamente, esa misma pregunta que se planteo la Orden del Temple al volver de Jerusalem y comenzar su agenda iniciatica volviendo mas atrás de Jesus, pero la pregunta del millón fue: ¿Fue Jesús realmente un judío?

El primer trabajo en este sentido que llegó a conocimiento del público en general fue The Lost Gospel, de Burton L. Mack (1994), aunque desde los años ochenta otros estudiosos venían publicando los resultados de sus investigaciones de similar orientación en las revistas profesionales.

Mack se planteó el problema desde el punto de vista de las enseñanzas de Jesús, en vez de fijarse en los acontecimientos biográficos. Su argumentación se basa en la perdida fuente de los Sinópticos o lo que se llama la Q entre especialistas (del alemán Quelle, que significa «fuente»), en la medida en que pueda reconstruirse por comparación entre dichos Evangelios. Su conclusión fue que las enseñanzas de Jesús no derivaban del judaísmo, sino que se hallan más emparentadas con los conceptos, e incluso con el estilo de ciertas escuelas filosóficas griegas, en particular la cínica.

La hipótesis de Q consiste en postular que era una recopilación de palabras y enseñanzas de Jesús, dentro del género contemporáneo que se llama «literatura sapiencial», del que hay otros ejemplos en las escrituras hebreas antiguas. Pero que no es, en modo alguno, exclusivo de la religión o la cultura judaicas. Fue también muy popular en el mundo helenístico, en el Próximo Oriente y en el antiguo Egipto. Una autoridad reconocida como Kloppenborg ha postulado que la Q seguía con bastante fidelidad el modelo de los «manuales de instrucción» helenísticos. Difiere de ellos por la inclusión de material profético y apocalíptico, pero Mack cree que la Q originaria estaba formada exclusivamente por «enseñanzas sapienciales» y que lo demás son adiciones posteriores.

Mack y los demás eruditos que trabajan en esa línea basan sus conclusiones en las enseñanzas y las parábolas de Jesús. No obstante, rechazan los eventos tal como se narran en los evangelios desde el momento que no corresponden a las tradiciones de los judíos ni a las de los cínicos, y postulan que el tema del dios que muere y resucita y otros de las escuelas mistéricas son invenciones posteriores de los primeros cristianos.

Nosotros nos planteamos las preguntas siguientes: ¿Hay indicios que demuestren que Jesús no era judío? Y en sentido contrario, ¿hay algo que pruebe concluyentemente que sí lo era? Los elementos que parecen de las escuelas mistéricas, ¿facilitan o dificultan la explicación?

Forzoso es admitir que el ministerio de Jesús aconteció en un contexto judío, la Judea del siglo I, y que la mayoría de sus seguidores lo eran. Sus discípulos inmediatos y los autores de los Evangelios le creyeron judío, según todas las apariencias. Sin embargo, se nota asimismo que lo consideraban no poco enigmático —por ejemplo, no estaban muy seguros de que fuese el Mesías— y es evidente que los evangelistas hicieron un esfuerzo tremendo por conciliar los elementos contradictorios de su vida y enseñanzas. En ocasiones dan la impresión de no saber muy bien cómo tratarlo. 

A primera vista se diría que podemos creer de buena fe que sí era judío. Hablaba a menudo de personajes religiosos del Antiguo Testamento, como Abraham y Moisés, y debatía con los fariseos sobre puntos de la ley judía: si no era judío no se ve por qué iban a interesarle tan obsesivamente tales cuestiones.

Pero muchos estudiosos creen que esos pasajes probablemente figuran entre las citas menos auténticas de las palabras de Jesús. Los añadieron más tarde porque los Apóstoles sí se vieron en el caso de tener que debatir puntos de la ley judía e inventaban una justificación retrospectiva de sus posturas atribuyéndoselas al mismo Jesús. La prueba de ello es que los antagonistas en las discusiones del Nuevo Testamento son generalmente los fariseos, y en tiempos de Jesús éstos no tenían ninguna función destacada ni autoridad, especialmente en Galilea. Eso cambió más tarde, y para la época en que fueron escritos los evangelios, aquéllos estaban cobrando mucha influencia….

Como dice Morton Smith:
Se puede demostrar que prácticamente todas las alusiones evangélicas a los fariseos proceden de los años setenta, ochenta y noventa, que fue cuando se compilaron esos textos.
Para entender los auténticos orígenes de Jesús es forzoso situarle en el contexto de su época y lugares donde vivió. Aunque todavía no está zanjada la discusión acerca de dónde nació y transcurrió su juventud, como luego comentaremos, al menos los evangelios coinciden en que inició su misión partiendo de Galilea. Pero no es probable que fuese oriundo de allí. Los evangelios mencionan el marcado acento galileo de sus discípulos —del que se burlaban los judíos por juzgarlo habla de rústicos—, pero es de notar que eso nunca se dice del mismo Jesús.

Así pues, ¿qué sabemos de la Galilea de la época de Jesús? Mack resume en pocas palabras el criterio académico actual sobre aquel lugar y época:
En el imaginario cristiano Galilea pertenecía a Palestina; la religión de Palestina era el judaísmo, luego todos en Galilea eran judíos. Pero como esa imagen es errónea [...] conviene que el lector la reemplace por otra más fiel a la realidad.
Cuando pensamos en el judaísmo de los tiempos de Jesús fundándonos en la imagen que dan los evangelios, conviene saber que ése era el judaísmo del Templo, el de Judea, cuyo culto se centraba en el Templo de Jerusalén. Lo establecieron los judíos después de su traumático cautiverio en Babilonia y se hallaba en estado de permanente evolución. Pero no todos los judíos salieron exiliados, y su versión del judaísmo evolucionó aparte llegando a ser bastante distinta de la que trajeron los ex cautivos a su regreso. La religión de los no exiliados se practicaba sobre todo en Samaria y Galilea, al Norte, y en Idumea, al sur de Judea.

En cuanto a Galilea, no cabe decir en modo alguno que fuese un vergel de ferviente judaísmo. En realidad sólo había pertenecido al reino de Israel por un breve período, bastantes siglos antes de Jesús, pero luego cayó bajo el influjo de muchas culturas diferentes. Por algo le llamaban a Galilea «el país de los gentiles». Era incluso más cosmopolita que Samaria, región situada entre Judea y Galilea. Como ha escrito Mack, «sería erróneo dar a entender que Galilea se hubiese convertido súbitamente a la lealtad y a la cultura judías».

Con su clima benigno propicio a la agricultura y la lucrativa pesca del llamado mar de Galilea (o lago Tiberíades), era una región rica y fértil. Tenía importantes relaciones comerciales con las demás culturas del mundo helenístico, y una posición favorable en la red de rutas comerciales al resto de Siria, a Babilonia y a Egipto. Era residencia de pueblos procedentes de muchos países y culturas, e incluso recibía visitas frecuentes de tribus beduinas. Como ha señalado Morton Smith, las influencias religiosas principales en la región eran entonces «la nativa, la palestina, y los paganismos semítico, griego, persa, fenicio y egipcio».

Los galileos eran famosos por su feroz sentido de la independencia, pero como dice Mack, «no tenían una gran capital, ni un templo, ni una jerarquía sacerdotal». Vale la pena observar que la sinagoga más antigua que se conoce en Galilea data del siglo III de la era cristiana.

La región quedó anexionada a Israel el 100 a.C. y poco después, en 63 a.C., los romanos conquistaron toda Palestina e hicieron de ella una provincia de su imperio. En la época del nacimiento de Jesús todo Israel estaba regido por un monarca títere de los romanos, Herodes el Grande —que fue en realidad un idumeo politeísta—, pero cuando aquél emprendió su vida pública el país había quedado dividido entre los tres hijos de Herodes. En Galilea reinaba Herodes Antipas, mientras que Judea (tras el retiro forzoso de Arquelao, hermano de aquél, a las fincas de la familia Herodes en el sur de la actual Francia) quedó directamente bajo la administración romana ejercida por un gobernador, Poncio Pilato.

Decimos, pues, que Galilea en tiempos de Jesús era una región cosmopolita y rica, no un rincón aldeano como quiere la imaginación popular. Ni siquiera formaban mayoría los judíos, y las autoridades de Jerusalén no serían allí más apreciadas que los romanos, dueños verdaderos de todo el país.

Tan pronto como hemos llegado a entender que Galilea era muy diferente de la imagen tradicional del lugar donde Jesús comenzó su ministerio, se plantea la cuestión de cuáles fueron los designios y los motivos auténticos de éste. Si Galilea era realmente una cultura próspera, sin excesivo fanatismo antirromano y projudío, ¿es de creer que Jesús intentaba levantar a la población contra los romanos, como sugieren algunos comentaristas modernos? Por otra parte, ¿era Galilea el mejor lugar para iniciar algún tipo de campaña reformadora del judaísmo, como postulan otros? 

Aunque desde luego vivían en Galilea muchos judíos, también coexistían otras muchas religiones en un ambiente de envidiable tolerancia. Incluso florecieron allí formas «heréticas» del judaísmo, y por eso resulta todavía más implausible que aquélla fuese un suelo prometedor donde sembrar movimientos reformadores de ningún género. En una región donde, según todas las apariencias, se consentía prácticamente cualquier religión, es probable que cualquier intento de redefinir la ortodoxia del judaísmo hubiese caído en suelo bastante estéril. Y aún tendría menos sentido que Jesús trasladase la misión iniciada allí buscando la culminación en Jerusalén.

Como dice Schonfield en The Passover Plot:
[...] los judíos consideraban el norte de Palestina como la patria natural de la herejía [...] no sabemos demasiado acerca de la antigua religión de los israelitas, pero debió de absorber mucho de los cultos de sirios y fenicios, que no fueron tan completamente erradicados por la reforma de Ezra y sucesores como en el sur.
Otro de los territorios del norte que iba a evidenciarse importante para Jesús era Samaria, célebre por la anécdota del buen samaritano. Tras haber escuchado innumerables sermones sobre el tema, los que van a la iglesia han acabado por entender que los samaritanos eran aborrecidos de los demás judíos, y que el caso del buen samaritano que se desvió de su camino para ayudar a la víctima de unos bandoleros es el ejemplo perfecto de la necesidad de reconocerle a cualquier prójimo la capacidad para obrar el bien.

Pero hay otro motivo para prestar atención a Samaria en el contexto de esta investigación. Los samaritanos tenían su propia expectativa de la inminente venida de un Mesías, a quien ellos llamaban el Ta’eb, y que difería bastante de la versión judaica. En el Evangelio de Juan (4, 6-10) leemos que Jesús tuvo un encuentro con una samaritana y que ésta reconoció en él al Mesías. Es de suponer que se referiría al Ta’eb, lo cual sugiere que el judaísmo de aquél era, por decirlo de alguna manera, poco ortodoxo. A lo mejor Jesús concibió la parábola del buen samaritano en agradecimiento al apoyo recibido de ellos.

Otro concepto erróneo sobre los orígenes de Jesús es la idea de que era «Jesús de Nazaret», es decir oriundo de la ciudad de ese nombre, que existe en el moderno estado de Israel. En realidad, no nos consta que existiese antiguamente en el siglo III. Para ser exactos sería preciso decir el nazareo, con lo cual se identificaría a Jesús como miembro de una de las diversas sectas que usaron colectivamente ese nombre... aunque no fundó ninguna de ellas, y eso también es significativo.

De este grupo de sectas llamadas de los nazareos sabemos muy poco, aunque la denominación que eligieron es reveladora en sí misma, ya que se cree que deriva del hebreo Notsrim con el significado de «los Custodios o los Conservadores... los que mantenían la enseñanza y la tradición verdaderas, o guardaban determinados secretos que no participaban a nadie ...»

Esa circunstancia va contra una de las doctrinas básicas del cristianismo: que la religión es para todos y no tiene secretos. En donde se perfilaba como polo opuesto de las escuelas mistéricas, que ofrecen diversos grados de conocimiento o iluminación a los adeptos que van escalando los peldaños cada vez más empinados de la iniciación, como es el caso de los Templarios. En estos cultos el conocimiento sólo se da a quien lo merece, y no se le ofrece al pupilo la revelación hasta que sus maestros le consideran espiritualmente preparado. Ésa era una noción muy común en tiempos de Jesús: las escuelas mistéricas de Grecia, Roma, Babilonia y Egipto utilizaban habitualmente esa enseñanza estructurada, y guardaban celosamente sus secretos. Y Jesus hizo eso... dio enseñanzas en parábolas y no directas. En pocas palabras, dio el mensaje a todos, pero solo lo entendían quien el como Maestro seleccionaba como discípulo y su principal fue Maria magdalena y no Pedro que era un simple pescador que en mas de una vez, el propio nuevo testamento, cita no entender a Jesus.

En nuestros tiempos ese método de las escuelas mistéricas lo utilizan muchas religiones y muchos sistemas filosóficos orientales, por ejemplo el budismo zen, y también ciertos grupos como los francmasones y por supuesto como mencione; los Templarios, que son los descendientes mas directos de los cultos de Egipto, Mitra y claro esa, del propio Jesus y M. Magdalena, en definitiva, el "Sacro Culto al Sol". 
De esa noción de iniciación proviene precisamente el nombre de ocultismo, que como hemos visto significa únicamente el conocimiento de lo oculto: los misterios se guardan en secreto hasta que se haya cumplido la hora y el discípulo esté preparado. 

Si las enseñanzas de Jesús no fueron dirigidas a las masas, entonces eran de índole elitista y jerarquizadas... ocultas, por tanto. Y como hemos visto al reconsiderar la verdadera situación de María Magdalena, son demasiadas las semejanzas entre las escuelas mistéricas y el movimiento de Jesús como para no hacer caso de ellas.

Hay otras muchas concepciones equivocadas acerca de Jesús. Por ejemplo la historia de la Navidad es un cuento de hadas en su mayor parte, y corresponde situarlo al lado de los mitos de natividad de otros dioses que mueren y resucitan. Pero es que incluso resulta dudoso que Jesús naciese en Belén. O mejor dicho, el Evangelio de Juan (7, 42) declara expresamente que no fue allí.



Mientras la mayoría de los elementos de la natividad derivan claramente de esos mitos de los dioses que mueren y resucitan, la visita de los Sabios de Oriente se basa en un relato contemporáneo de la vida del emperador Nerón. A veces se ha llamado a estos personajes los Magos, que es el nombre de determinada escuela sacerdotal de la tradición persa. Practicaban efectivamente sortilegios y hechicerías, y se hace muy extraño pensar que tres visitantes comparables a otros tantos Aleister Crowley visitasen al niño Jesús para ofrecerle sus regalos y que ello no suscite una palabra de crítica o de censura por parte de los evangelistas.


Si es de creer la afirmación de que iban siguiendo una estrella que los llevó a Belén, serían además astrólogos (en la época, la astronomía no era una ciencia separada). Está claro que se intenta impresionarnos diciendo que los hechiceros ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra. (Pero ya hemos visto que Leonardo en la Adoración de los magos suprimió el oro, símbolo de realeza y de perfección. Claro, si hoy sabemos que Leonardo fue miembro de la rama de artistas y sabio de la Orden Templaria conocida como Fide Santus - Fidelis Amore - Fidel Sancta, no nos extraña el hecho, pues conocía la verdad del relato y lo plasmo en sus obras a pedido de la propia Orden Templaria, su casa matriz por así decirlo).

También hemos mencionado que se califica a Jesús de naggar, con el significado de carpintero o de hombre de letras y conocedor de las Escrituras. En su caso, más plausiblemente lo segundo. Ni tampoco es probable que los primeros discípulos de Jesús fuesen los humildes pescadores de la leyenda. Según A. N. Wilson eran en realidad propietarios de una explotación pesquera a orillas del Tiberíades. (Aparte de que, como ha señalado Morton Smith, es evidente que algunos de los discípulos no eran judíos: Felipe, por ejemplo, es un nombre griego.)

Muchos comentaristas citan las parábolas como pruebas de que Jesús era de origen humilde. En efecto suelen emplear analogías sacadas de situaciones cotidianas de la vida rural y doméstica, y esto se toma como demostración de que él tenía experiencia personal de tales situaciones. Sin embargo, otros han señalado que la imaginería utilizada revela sólo un conocimiento superficial de esas realidades triviales de la vida, como si hubiese sido un gran personaje que deliberadamente procuraba hablar a las masas en su mismo idioma, o como el aristócrata de nuestros días que, al presentarse como candidato del partido conservador, se dirige a los votantes de clase obrera en un tono que él cree adecuado para que ellos le entiendan.

Y aunque las bodas de Caná no fuesen, como algunos creen, la fiesta de sus propios desposorios con María Magdalena, (lo cual estamos seguros que si), demuestran sin embargo que se movía en círculos de «la sociedad», como lo indica la fastuosidad de la celebración. También el incidente de los soldados romanos que al pie de la Cruz se disputaron las ropas de Jesús indica que valía la pena quedarse con ellas; no habría sido lógico que se jugasen a los dados unos harapos.

Así pues, va apareciendo un panorama de los orígenes de Jesús bastante distinto de las creencias en que nos educaron cuando niños. La próxima cuestión está en saber si podemos justificadamente sentar alguna hipótesis acerca del personaje. Por ejemplo, ¿se puede hallar en los Evangelios alguna indicación positiva de que Jesús no fuese judío? 

Después de su bautismo Jesús se retiró al desierto, donde fue tentado por el Diablo, quien por medio de un diálogo capcioso quiso obligarle a revelar su divinidad. Una vez más, la interpretación no es nada fácil. Algunos han postulado incluso que lo revelado por la tentación fue, nada menos, que Jesús rechazaba implícitamente a Yahvé. Y aquí esta claro un punto que la Orden del Temple deja muy claro cuando habla del Arca de la Alianza.
Según la Orden del Temple, el arca es una tumba, un lugar donde se encuentra la energía del primer caído, de Luzbel, por ende YAVE es Luzbel o Lucifer. Por ende Jesus, rechazo al "Dios de los Judíos", el propio Anticristo. y esto también explica la extraña Alianza templaria con el Islam o sectas secretas del Islam, que tenían muy claro quien era el Dios de los Judíos. Todo esto, podrá ser discutible, pero hay otro episodio que refleja de manera más decidida su actitud frente al Dios de los judíos y mas allá de que los miembros del Templi Secretum tuvieron esto bajo mucho recelo, es hora de liberar la verdad, una verdad que esta desde un solo punta de vista, el Templario, merece ser estudiada y agradecemos por esto al Templi Secretum a través de una de sus figuras mas abiertas en este siglo, mas allá de sus clandestinidad. 

Uno de los sucesos más famosos del Nuevo Testamento es el que se produce cuando Jesús, presa de cólera justiciera ante el espectáculo de los cambistas del Templo, derriba las mesas de éstos. Lo que parece un episodio bastante sencillo plantea en realidad un problema principal, que no ha pasado desapercibido a los teólogos ni a los estudiosos del Nuevo Testamento.

Aunque habitualmente se explica la actuación de Jesús por la santa ira que le produjo el ver contaminado aquel sagrado lugar por una actividad mercantil, ésa sería una actitud muy occidental, y bastante reciente además. Porque el cambio de moneda a fin de poder comprar los animales destinados a las ofrendas en el Templo de Jerusalén no era una corrupción, ni un abuso, sino parte indispensable de aquellos cultos. Como ha destacado John Dominic Crossan, profesor de estudios bíblicos en la Universidad de Chicago,
«no hay el más pequeño indicio de que nadie estuviese haciendo nada incorrecto ni en lo financiero, ni en lo ritual», y sigue diciendo que «fue un ataque contra la propia existencia del Templo [...] una negación simbólica de todo cuanto [...] el Templo representaba».
Algunos han intentado explicar el acto —que es uno de los más trascendentales de la vida pública de Jesús— diciendo que expresaba su insatisfacción con el régimen imperante en el Templo de la época. Pero en el contexto de su tiempo y lugar habría sido una reacción desaforada, como para hacer dudar de su equilibrio mental.

Pongamos una analogía moderna: sería como si un anglicano, irritado por haberse aprobado la ordenación de mujeres, expresara su protesta entrando en la abadía de Westminster para derribar y pisotear la cruz mayor del altar. Esto no sucede, sencillamente porque los devotos saben dónde está la frontera entre una acción adecuada, por muy simbólica que sea, y una protesta verdaderamente sacrílega. Lo que hizo Jesús entra en esta segunda categoría.

Así pues, su judaísmo sería, como poco, heterodoxo. Lo cual despeja el terreno a nuevas sugerencias en cuanto a qué era en realidad. Y tenemos claros indicios de que era parte de una escuela mistérica. Pero ¿hay en los mismos evangelios algún episodio que apunte a esa posibilidad?

Casi desde los comienzos de nuestra investigación tuvimos la sorpresa de descubrir que muy pocos investigadores se habían planteado una pregunta, a nuestro entender, fundamental: ¿De dónde sacó Juan el Bautista el rito del bautismo? Porque el estudio de la cuestión nos había revelado que éste no tiene absolutamente ningún precedente en el judaísmo, a diferencia de las abluciones rituales, es decir las inmersiones reiteradas que simbolizan la purificación y están descritas en los Manuscritos del Mar Muerto. Pero sería inexacto describir esos ritos como «bautismo».

Lo que propugnaba Juan era una ceremonia única, un acto de iniciación que cambiaba toda la vida e iba precedido de una confesión y el arrepentimiento de los pecados. El hecho de que ésta no tuviese precedente entre los judíos lo indica el sobrenombre de Juan el Bautista: es decir, el único, porque nadie más lo hacía. De hecho se ha considerado a menudo que había sido una innovación suya, aunque hay muchos precedentes y paralelismos exactos: pero todos fuera del mundo judío.

El bautismo como símbolo externo y visible de una renovación interna y espiritual fue un rasgo de muchos de los cultos mistéricos que existieron en todo el mundo helenístico de la época. Tuvo una tradición especialmente duradera en el antiguo culto mistérico egipcio de Isis. Y significativamente, el bautismo en sus templos a orillas del Nilo iba precedido de un arrepentimiento público y de la confesión de los pecados ante el sacerdote.  

Fue aquél, además, el único período en la dilatada Historia de la religión de Isis en que se enviaron misioneros fuera de Egipto; así pues, parece bastante posible que Juan estuviese influido, concretamente, por ese ritual bautizador.

Como luego veremos, quizá tuvo la experiencia personal de la religión egipcia en el territorio propio de ésta, pues de acuerdo con algunas tradiciones cristianas antiguas la familia de Juan huyó a Egipto para salvarse de la matanza de Herodes... tradiciones que se expresan, por ejemplo, en la Virgen de las Rocas de Leonardo (como ya mencionamos, un Templario con todas las letras a la hora de conocer los misterios y secretos de la Orden del Temple).

El bautismo de Jesús presenta varias dificultades teológicas. La primera, y no pequeña, es que como Hijo de Dios nacido sin mancha no tenía ninguna necesidad de lavar sus pecados. Problema que no desaparece diciendo, como intentan algunos, que Jesús lo hizo para dar ejemplo a sus seguidores, porque esa explicación no figura en ningún pasaje de los Evangelios, (como dice la Orden del Temple, simplemente no se bautizo, porque Jesus enseño que el pecado no existia y el fin del bautismo, no era lavar pecados, sino otra cosa).
Por otra parte, hay además varias anomalías significativas en los relatos evangélicos que describen el bautismo de Jesús por Juan. Mientras Morton Smith señala que la imagen de la paloma que bajó de los cielos no tiene paralelismo ni precedente en la tradición judaica, Desmond Stewart va más allá y descubre claros vínculos con el simbolismo y las prácticas de los egipcios, cuando escribe:
Aunque supuestamente Yahvé envió a unos cuervos para que llevasen comida a un profeta, no tenía la costumbre de manifestarse haciendo bajar pájaros. La paloma, en todo caso, era el ave sagrada de la diosa pagana del amor, llámese Afrodita o Astarté [...].
En cuanto a lo que Jesús creyó ver, Egipto proporciona mejor explicación cuando Re [o Ra, el dios egipcio del sol] recibe en su seno al amado, que es el faraón, adopta el aspecto de Horus, cuyo símbolo más corriente es el halcón [...]. Que un dios adoptase a un mortal mediante un rito de bautismo, no planteaba ninguna gran dificultad a los egipcios.

La deidad egipcia principal a quien se asociaba habitualmente con el símbolo de la paloma es Isis, una vez más, la llamada «reina de los cielos», «estrella del mar» (Stella Maris) y «madre de Dios» desde mucho antes de que naciese la «Virgen María». Con frecuencia se representó Isis dando el pecho al niño Horus, mágicamente engendrado por ella con el difunto Osiris. Y ahí que los Jesuitas tenga como siglas IHS... que según dice la explicación oficial es una forma corta en latín de Iesus o Jesus. Pero los Templarios, saben que significa la sagrada trinidad egipcia, Isis, Horus y Set y los jesuitas, son sin dudas una rama de la orden mas poderosa de todos los tiempos, LOS TEMPLARIOS.

En la festividad anual que conmemoraba su muerte, y tres días después su resurrección, se decía que el Sol se volvía negro al morir y bajar a los mundos inferiores. (Y vemos los rayos de un sol negro sobre la escena de la Crucifixión en el mural realizado por Jean Cocteau para la iglesia de Londres.)

Dado el insólito celo misionero de algunos grupos de adoradores de Isis en la época, y la proximidad geográfica de Egipto, por no mencionar el ambiente cosmopolita de Galilea, no es de extrañar que Juan, Jesús y demás seguidores hubiesen recibido la influencia del culto de Isis.

Lo que sí extraña es la pretensión todavía viva de que la mayoría de los cristianos crea que su religión es algo total y absolutamente único, sin mancha alguna de otras filosofías o religiones, cuando evidentemente no es así. Tomemos por ejemplo la Última Cena, en la que según es creencia común Jesús instituyó el ágape sagrado del pan y el vino en representación de su carne y su sangre, o si se quiere, transustanciados en éstas.

Escribe A. N. Wilson que esto «tiene un recio sabor a cultos mistéricos del Mediterráneo, y muy poco en común con el judaísmo». A continuación aplica el comentario a su idea de que la Última Cena fue una invención de los evangelistas, pero ¿y si hubiese ocurrido de verdad, sólo que como rito pagano?

Desmond Stewart corrobora el paralelismo diciendo:
[Jesús] tomó el pan y el vino, elementos de la hospitalidad cotidiana que sin embargo marcan la culminación del simbolismo
de Osiris, e hizo de ellos, no un sacrificio sino la vinculación entre dos estados del ser.
Para los cristianos el ágape sagrado del pan y el vino, punto culminante de la comunión protestante y la eucaristía católica, es algo exclusivo de Jesús. Cuando en realidad era ya una práctica común de las escuelas mistéricas principales del culto a un Dios que muere, sobre todo las de Dioniso, Tammuz y Osiris. En todos los casos se entendía que era un camino para hacerse uno con el dios en cuestión y alcanzar la elevación espiritual (aunque los romanos expresaron su repugnancia ante el canibalismo implícito en este género de creencias). Todos esos cultos se hallaban bien representados en Palestina hacia la época de la Última Cena, así que su influencia es comprensible.

Si consideramos los cuatro Evangelios canónicos, es de señalar que el de Juan cuenta la Cena pero no menciona la ceremonia del pan y del vino, quizá porque no se instituyó entonces; en otro lugar del Evangelio de Juan (6, 54) queda implícito que el ágape sagrado del pan y el vino se celebraba desde los primeros días de la vida pública de Jesús en Galilea. 
En cuanto al concepto de comerse y beberse al dios de uno, según el ritual de la Misa, para los judíos era aborrecible.

Observa Desmond Stewart que:
La noción de que el cereal era Osiris fue común entre los egipcios, y también tuvieron curso ideas muy similares en Hellas [la antigua Grecia] relacionadas con [las diosas] Deméter y Perséfone.
Otro paralelismo con las escuelas mistéricas —y que no tiene parangón con ninguna creencia ni práctica judaica— es el suceso de la resurrección de Lázaro. Claro está que se trata de un acto de iniciación: Lázaro «resucita» de la muerte simbólica; lo uno y lo otro eran rasgos corrientes en las escuelas mistéricas de la época, y los ecos vuelven a aparecer en ciertos rituales de la francmasonería moderna.

El único Evangelio canónico que registra el acontecimiento, el de Juan, le atribuye un carácter milagroso, de literal resurrección de entre los muertos. Pero el Evangelio secreto de Marcos deja claro que fue sólo un acto simbólico, el cual marcaba la «muerte» del antiguo yo de Lázaro y su renacimiento como un ser espiritualmente más avanzado. Es verosímil que el episodio fuese suprimido de los demás Evangelios porque la alusión a las actividades de la escuela mistérica era demasiado transparente.

Por lo que concierne a nuestra indagación, el punto más significativo de ese rito es que su parangón más obvio remite a las ceremonias de «renacimiento» del culto egipcio de Isis. Refiriéndose a la mística de Isis tal como se entendió en el siglo I Desmond Stewart escribe:
[...] la evidencia de Betania indica que Jesús practicó una especie de misterio similar al que vivió Lucio Apuleyo en el culto de lsis.
También la Crucifixión corrobora la postura de los judíos al negar que Jesús fuese el Mesías, porque una muerte en circunstancias tan deshonrosas era lo último que le habría ocurrido al caudillo victorioso que ellos esperaban. Esto en sí mismo no preocupa demasiado a los cristianos, porque mantienen que el suyo es un Mesías de un orden muy superior, en términos espirituales, al de las creencias judaicas. Sin embargo el relato neotestamentario de la muerte de Jesús plantea otras dificultades. Es obvio que su interpretación cristiana como supremo sacrificio místico fue ideada posteriormente, en realidad, para explicar la discrepancia entre lo que habían esperado los judíos de su Mesías y lo que realmente le ocurrió a Jesús.

Se ha postulado que Jesús y los de su círculo desarrollaron su concepto propio de Mesías incorporándole la idea del Justo que Sufre, que derivaron del personaje de José según ciertos textos apócrifos de los judíos. Cumple observar que entre los «herejes» del norte de Palestina, es decir los galileos, este José «doliente» había absorbido algunas características del culto sino de Adonis-Tammuz.

Los eruditos han observado asimismo la influencia del dios pastoril Tammuz sobre el Cantar de los Cantares, tan importante por otro lado para el culto de la Virgen negra. Posiblemente Jesús emulaba a Tammuz cuando se comparó con el Buen Pastor, y sus seguidores en la época no desconocían ese término, ya que Belén era centro principal del culto de Adonis-Tammuz.

(Recordemos que en la época de san Jerónimo los cristianos andaban indignados por la existencia de un templo de Tammuz en el lugar de Belén donde supuestamente nació Jesús.)

En vista de lo anterior sorprende que muchos comentaristas modernos, aun reconociendo la presencia de notables influencias paganas en la vida y enseñanzas de Jesús, renuncien a explorar el hecho y no pasen de una mención superficial.

Como cuando escribe Hugh Schonfield:
Hacía falta un nazareo de Galilea para entender que la muerte y la resurrección eran el puente entre las dos fases [del Rey Mesiánico Único y Doliente]. La propia tradición de la tierra donde Adonis moría y resucitaba todos los años parecía reclamarlo así.47
Mientras tanto Geoffrey Ashe admite que,
«Cristo se convirtió en un Salvador notablemente parecido a los dioses que mueren y resucitan en los Misterios, Osiris, Adonis y los demás».
No obstante, el arquetipo que mejor se adapta a la vida y a la peripecia de Jesús tal como ha llegado hasta nosotros es el del dios egipcio Osiris, consorte de Isis. Según la tradición lo mataron un viernes y resucitó al tercer día. Hay indicios de que los primeros cristianos solían confundir el título de Christos con otra palabra griega, Chrestos, que significa bondadoso o amable. Algunos manuscritos primitivos de los Evangelios la usan en vez de Christos, pero es que Chrestos era uno de los epítetos adscritos tradicionalmente a Osiris. Viene al caso recordar que además hay en Delos una inscripción a Chreste Isis.

La exclamación de Jesús desde la cruz también da pie a una interpretación pagana. Tanto la versión de Marcos, «eloi eloi!» como la de Mateo, «eli eli!» se traducen por «¡Dios mío! ¡Dios mío! [¿por qué me has abandonado?], aunque se dice también que algunos de los circunstantes creyeron que llamaba al profeta Elías, a quien el mismo Jesús había relacionado expresamente con Juan el Bautista. Pero «Dios mío» en arameo debía decir ilahi.

Desmond Stewart ha postulado que la palabra debió de ser Helios, el nombre del dios solar, y llama la atención que este grito coincide con el anómalo oscurecimiento a mediodía. De hecho, en uno de los manuscritos neotestamentarios más antiguos que se conocen los espectadores creen que está llamando a Helios, cuyo culto —muy difundido en la Siria del siglo IV— se cristianizó sustituyéndole el nombre por el de Elías. Por supuesto una divinidad solar es la quintaesencia de los cultos que tienen cielos de muerte y renacimiento. 

Por consiguiente vemos que Jesús se adapta a la tradición de los dioses que mueren, pero ese arquetipo no es el panorama completo de los misterios antiguos. El dios, llámese Osiris, Tammuz, Attis, Dioniso o cualquier otro de los que había, estaba inevitablemente asociado a su consorte, la diosa, a quien correspondía por lo general el papel de protagonista en este drama de la resurrección.

Como dice Geoffrey Ashe:
El dios-compañero era el amante trágico de la Diosa, predestinado a morir anualmente con el verdor de la naturaleza viva y renacer en primavera [...].
Es evidente que si Jesús quiso realmente cumplir una tradición de «Dios que muere», falta algo. Por lo cual Ashe apostilla:
En su papel de Salvador que muere y resucita no era posible que se le percibiese solo. No era eso lo que hacían aquellos dioses [...] nunca se manifestaría un Osiris sin una Isis, ni un Attis sin una Cibeles.
Dirán los críticos, por consiguiente, que como Jesús no tuvo a su lado una persona que figurase como diosa-compañera no era posible que estuviese representando el papel de dios que muere; él era único en su verdadera divinidad y no le hacía falta compartirla con ninguna mujer. Pero ¿qué pasa si tuvo en verdad esa compañera? Pues naturalmente que la tuvo, y ese conocimiento es lo que han atesorado en secreto las generaciones de «heréticos». La «Isis» de Jesús era María Magdalena.

Los egipcios interpelaban a su Reina Isis «amante de los dioses [...] dueña de las ropas rojas [...] amante y dueña de la tumba [...]». Tradicionalmente se representa a la Magdalena llevando indumentaria de color rojo, lo que suele interpretarse como alusión a que era una «mujer de escarlata». NO es casual que la cruz Templaria, sea cual fuera era escarlata.
Y fue ella quien presidió las ceremonias fúnebres de Jesús.

Si se comprende esto, súbitamente encaja todo el rompecabezas de datos perdidos o deliberadamente confundidos y alterados, y aparece la propia naturaleza de lo que podríamos llamar el verdadero cristianismo.

En contra de la primera impresión, no está ausente de los Evangelios el principio de lo Femenino: al menos, en la forma que debieron de tener originariamente. El conocido principio del cuarto evangelio dice:
En el principio existía aquel 
que es la Palabra, 
y aquel que es la Palabra 
estaba con Dios y era Dios.
Aunque este concepto de Palabra (Logos) deriva de las ideas del filósofo neoplatónico judío Filón de Alejandría, un contemporáneo de Jesús, en esta versión de Juan parece un término explícitamente femenino. Logos es nombre masculino, en otras versiones traducido a nuestro idioma como «el Verbo» para mantener la concordancia, pero paradójicamente el concepto que describe tiene todos los visos de ser femenino. Claramente, hubo alguna confusión al redactarse el evangelio partiendo de los materiales que le servían de fuente, y nosotros también hemos tardado bastante en comprender el sentido originario de este pasaje.

La expresión «aquel que es la Palabra estaba con Dios», es una traducción deliberadamente confusa y que cambia del todo el sentido auténtico, porque al hacerlo así elimina algunas implicaciones muy molestas. Porque las palabras griegas del original dicen pros ton theon, que significa literalmente «yendo hacia Dios» y conlleva el sentido del hombre que busca la unión con una mujer, o como dice George Witterschein:
[...] incluso podríamos utilizar el calificativo de erótico para ese deseo de unidad que supera la separación. La clave de todo [...] era la atracción entre el hombre y la mujer, paralela [...] a la atracción entre la Palabra y Dios.
En resumen, la Palabra es femenino y la traducción exacta del principio del Evangelio según Juan es:
En el principio era la Palabra y la Palabra fue hacia Dios, y Dios fue lo que la Palabra. Estaba con Dios desde el principio.
Según esto la Palabra sería una potencia distinta y separada de Dios. En cambio suele interpretarse que la Palabra y el Espíritu Santo eran lo mismo, aunque originariamente el segundo recibía también un nombre inequívocamente femenino, Sophia. 
Según la Tradición del Templi Secretum, los Templarios iniciados custodios de los misterios santos y el conocimiento, Jesus tuvo dos hijas con Maria Magdalena, Zara (la que da Luz) y Sophia (la Palabra). Y es por esto que el Templi Secretum si tuvo muchas mujeres como miembros y los tiene... damas templarias... claro esta, los templarios públicos, era mas cercano a los Sacerdotes, porque no tenían conocimiento, mientras que la rama secreta y iniciatica, si la tenían, pues estaban ni mas ni menos que respetando las escrituras sin alteración de la Iglesia o los cultos machistas. 

Los conceptos que evocan estas frases no tienen que ver con ninguno de los del judaísmo. Pero tampoco se originaron en los primeros años de la «nueva» religión emergente de la cristiandad. El norteamericano Karl Luckert, antropólogo y profesor de Historia de las religiones, autor de un importante estudio sobre la religión egipcia y su influencia en los conceptos teológicos y filosóficos posteriores, no alberga ninguna duda en cuanto a ese origen cuando escribe:
[...] en toda la literatura religiosa del llamado Período Helenístico no se encuentra mejor resumen de la teología ortodoxa de los antiguos egipcios que el prólogo del Evangelio de Juan.59
Desmond Stewart aduce en The Foreigner que Jesús se crió en Egipto, si es que no nació allí. Pues aunque así fuese, no quita que pudo ser judío, porque en el Egipto de la época hubo comunidades judías muy nutridas y prósperas. Stewart recuerda que muchos detalles que se citan de Jesús, como la ausencia de acento galileo y el énfasis y trasfondo implícito de sus parábolas sugieren una formación egipcia.

Evidentemente, sabemos por el Nuevo Testamento que María, José y el niño Jesús huyeron a Egipto para salvarse de la cólera del rey Herodes. Después de lo cual no se vuelve a mencionar para nada sus años juveniles, excepto el incidente de su disputa teológica con los sabios del Templo de Jerusalén cuando tenía doce años. Pero también este episodio es una obvia invención, que pone en boca de María y José palabras por las cuales manifiestan ignorancia en cuanto a la naturaleza divina de Jesús...

Esto después de haber contado su nacimiento milagroso: ¿quién mejor que ellos debía saberlo? De manera que los evangelios canónicos no dicen nada auténtico sobre la vida de Jesús desde la infancia hasta bien entrada la edad viril del protagonista. ¿Dónde estuvo? ¿Por qué ese silencio sobre su infancia y adolescencia? Si estaba fuera del país, sumergido en otra cultura, quizá los autores no se sintieron llamados a idear toda una serie de sucesos para rellenar el hueco, o tal vez comprendieron que la empresa desbordaba su capacidad.

Otras fuentes corroboran este punto de vista. En sus escrituras sagradas del Talmud los judíos no creen que Jesús fuese oriundo de Galilea, ni de Nazaret, pues afirman dogmáticamente que vino de Egipto. Y también dicen otra cosa que quizá viene al caso, que la causa del prendimiento de Jesús fue una acusación de hechicería, pues era un iniciado en la magia Y CONOCIMIENTO egipcio. Este concepto es también la proposición principal de Morton Smith en su libro de 1978, Jesus the Magician, donde postula que milagros tales como la conversión del agua en vino y caminar sobre las aguas formaban parte del repertorio habitual de los santones egipcios, como el truco de la cuerda india lo es para los faquires orientales.

Smith reproduce muchos ejemplos de semejanza entre los milagros de Jesús y los conjuros mágicos y encantamientos que contienen algunos papiros de la época; también hay paralelismos con la vida y acciones del famoso mágico Apolonio de Tiana (un contemporáneo de Jesús, aunque algo más joven), y con las de Simón el Mago. A ambos se les atribuyen facultades casi idénticas a las de Jesús.

A esto suelen replicar los cristianos que si Jesús tuvo una cierta imagen de ocultista eso fue debido a la ignorancia y superstición de las masas; él hacía verdaderos milagros por don del Espíritu Santo. Pero ésa es una interpretación no menos subjetiva que las demás, y más difícil de sostener con argumentos que no sean de fe.

Morton Smith llama la atención sobre una paradoja principal del cristianismo:
[...] así pues, nos es preciso contar con una tradición que quiere defender a Jesús negando que fuese un mago, y otra que le reverencia como el más grande de los magos.
En tiempos de Jesús hubo en el mundo grecorromano muchos magos itinerantes más célebres que él, o menos, y tenían en su repertorio habitual la sanación y los exorcismos, tal como sigue ocurriendo hoy mismo con los santones hindúes y los hechiceros del vudú, entre otros. (Que las supuestas curaciones sean auténticas, ése es otro punto de debate, pero lo que desde luego es real es el asombro y el temor reverencial de los testigos, muchas veces multitudinarios: la propaganda oral cuenta mucho para la reputación de un milagrero.)

Smith recuerda que el término «Hijo de Dios» —el cual no deja de sorprender a los teólogos y los estudiosos del Nuevo Testamento, porque no tiene ningún precedente judaico ni era un concepto que estuviese asociado al Mesías— deriva sin duda de la tradición egipcia pasada por la cultura grecorromana. El mago capaz de realizar con éxito sus milagros lo conseguía convirtiéndose él mismo en instrumento de un dios, corno los chamanes tribales. Con esto sugiere Smith que Jesús se hacía Hijo de Dios como resultado de ser mágicamente poseído por la divinidad.

Se ha demostrado una sospechosa similitud entre el milagro de las bodas de Caná y el desarrollo de una ceremonia dionisíaca que se celebraba en Sidón; la semejanza llega hasta las mismas palabras empleadas. Y en el mundo helenístico, Dioniso se asoció expresamente a Osiris. Smith cita además dos textos mágicos egipcios que guardan paralelismo con la eucaristía, es decir el ágape ritual del pan y el vino que los cristianos consideran su misterio más sagrado, e instituido únicamente por Jesús.

Dice Smith:
Éstos son los paralelismos más estrechos que se conocen con el texto eucarístico. En ellos, lo mismo que en éste, el dios-mago entrega su cuerpo y su sangre al comulgante, quien al comerlos quedará unido a él en amor.
Incluso las palabras pronunciadas por Jesús se asemejan a las de los textos mágicos.

Hay otros indicios, algunos de ellos en propios Evangelios, de que Jesús estuvo mayoritariamente considerado como un mago en su época. En el Evangelio de Juan, las palabras con que le entregan a Pilato plantean la acusación de «malhechor», pero según la ley romana ésta era la calificación jurídica para los hechiceros.

En este contexto, el aspecto más significativo de la investigación de Morton Smith es que pese a basarse por entero en una comparación entre los evangelios y los papiros mágicos, sus conclusiones responden exactamente a la retrato que dan de Jesús el Talmud judaico y ciertos escritos rabínicos antiguos. En ellos nunca se le describe como un judío que hubiese inventado una forma herética del judaísmo, según han dado en creer muchos cristianos modernos. En esos textos judíos, o bien es un judío que se convirtió a otra religión totalmente distinta, o nunca fue judío en realidad. Algunos le denuncian expresamente como practicante de la magia egipcia. El mismo Talmud asegura de manera inequívoca que Jesús pasó la juventud en Egipto y allí aprendió la magia.

FUENTE:
Lynn Picknett y Clive Prince
Orden del Temple, Extractos del Hijo de la Promesa
Biblioteca del Templi Secretum Paris.

*Gracias a Sir P.K. y Anael por datos inéditos no publicados a la fecha en ninguna otra edición

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